«La mujer le dijo: Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla.» (Juan 4:15)
Muchos conocemos la historia de Jesucristo y la mujer samaritana. Sabemos que un día Jesús, rumbo a Galilea, tuvo que pasar por Sicar una ciudad de Samaria. Y cansado de caminar, descansó en un pozo él solo, mientras sus discípulos fueron a traerle de qué comer. Y fue entonces cuando se conoció con la mujer samaritana.
Si lees el pasaje de Juan 4, desde el versículo 1 al 15, notarás algo curioso. Primero, Jesús toma como pretexto pedirle agua, pero al final, termina él ofreciéndole el agua de vida que sacia el corazón. Y termina pues, ella pidiéndole a Él, conociendo los beneficios. Pero notarás, después del versículo 16 que el corazón de esta mujer estaba lleno de heridas del pasado, con vacíos profundos, que siempre buscó llenar con el amor de hombres, que tal vez, a la postre, le hicieron más daño.
Nuestra vida es como un pozo, pues uno saca agua de un pozo para llenar el vacío de sed en el nuestro. El problema está cuando vamos a pozos que nada bueno aportan. Nos aferramos a personas y situaciones que nos hacen más daño de lo que nos benefician. Ir a Jesucristo es diferente, su agua es más pura que el agua Oasis, Manantial, o cualquier otra marca de agua que exista en Colombia (por buena que sean, claro está).
Esa agua que proviene de Jesucristo, es el agua espiritual que sacia nuestra necesidad de Amor. Porque su amor es verdadero amor. El cual se recibe por fe y en oración. ¿Deseas nunca más tener que ir a un pozo de aguas, que sacia temporalmente, porque deseas el agua que proviene de Dios que sacia mi sed una vez y para siempre?
Te invito a que en oración le pidas hoy a Dios: Señor, necesito de ti, necesito de tu amor; porque hoy comprendí que solo tu amor es el que restaura mi vida y sacia mi necesidad. Gracias por amarme y por tu anhelo de bendecirme. Recibo tu perdón y tu eterno amor. Amén.
Dios le bendiga,
Jesus Eduardo Rico Vargas